Tomas de Aquino
TRATADO SOBRE LA PIEDRA FILOSOFAL
AUM JÑÀPIKA SATYA GU-RÚ
Capítulo Primero
Aristóteles, en el Primer libro de los Meteoros, enseña que es bueno y loable buscar por medio de investigaciones profundas la causa primera que dirige el admirable concierto de las causas segundas, y los sabios, viendo efectos en todas las cosas, llegan a escrutar las causas ocultas de ellas. Vemos pues cómo los cuerpos celestes ejercen una marcada acción sobre los elementos y por la sola virtud de la materia de un solo elemento, ya que de la materia del agua, por ejemplo, pueden extraer las modalidades aeriforme e igniforme. Todo principio natural de actividad produce, mientras dura la acción, una multiplicación de sí mismo, como el fuego comunicado a la madera, extrae de esta manera una cantidad mayor de fuego.
Hablaremos, pues, aquí de los agentes más importantes que existen en la naturaleza.
Los cuerpos supracelestes se presentan siempre a nuestros ojos, revestidos de la forma material de un elemento, pero no participan de la materia de este elemento, y estas esferas son de una esencia más simple y sutil, que las apariencias concretas de las mismas que nosotros percibimos solamente. Y Rogerius ha expresado muy bien esto:Todo principio de actividad, dice, ejerce su acción por su propia similitud, esta última al transformarse al mismo tiempo en principio pasivo receptor, pero sin diferir del principio activo que la ha engendrado; por ejemplo la estopa, al estar situada cerca del fuego, aún sin tocarlo, éste multiplicará su especie como cualquier otro principio de acción, y esta especie será multiplicada y recogida en la estopa, tanto por la acción natural del fuego como por la aptitud de pasividad que posee la estopa, después se vivificará hasta el cumplimiento del acto del fuego. Por lo que es manifiesto que la similitud del fuego no es diferente del fuego in specie . Pero algunos principios poseen una acción específica intensa, de tal forma que pueden corroborarla por su propia similitud multiplicándose y reformándose sin cesar en todas las cosas; como el fuego. Otras al contrario, no pueden multiplicar su especie por similitud y transmutar cada cosa en ellas mismas: como el hombre.
En efecto, el hombre no puede actuar por la multiplicación de su similitud como actúa por su propia voluntad, ya que la complejidad de su ser le obliga siempre a cumplir una pluralidad de acciones. Esta es la razón, como prueba Rogerius en el libro Influentiis, por la que el hombre pudiera, al contrario, producir como el fuego una acción poderosa a través de su similitud, no habría ninguna duda que su especie sería verdaderamente un hombre, donde se podría deducir que la similitud multiplicada del hombre no sería completamente de un hombre, estando situada por encima de la especie.
Por consecuencia, cuando los cuerpos superiores ejercen su acción sobre un elemento, actúan por su similitud y, además producen algo parecido a ellos mismos y casi de la misma especie. Por lo tanto ya que producen el elemento del elemento y la cosa elementada de la cosa elemental, se puede necesariamente deducir que participan ellos mismos de la naturaleza del elemento. Y, a fin de comprender mejor esto, es necesario observar que el sol produce fuego de cuerpos saturados de agua úrica, y de cuerpos cristalinos esféricos.
Debes saber, además, que todo principio de actividad, como está demostrado en el libro de Influentiis, multiplica su similitud siguiendo una línea perpendicular recta y fuerte, lo cual se ve evidentemente en el ejemplo referido de la estopa y del fuego que se juntan primero en un punto tomado sobre una línea perpendicular ideal; lo que se ve igualmente cuando la orina o el cristal son expuestos al sol y reciben la influencia de los rayos solares que son su similitud. Si se actúa por medio de un espejo, cuando el rayo del sol se proyecte perpendicularmente, se le verá atravesar por completo el agua o el cuerpo transparente sin romperse gracias al extremo coeficiente de poder de su acción; si, por el contrario, está proyectado en vía recta no perpendicular se romperá en la superficie del cuerpo, y se formará un nuevo rayo de sol en forma oblicua; el punto de unión de estos dos rayos se encuentra en la línea perpendicular ideal. Y es el punto de la máxima energía del calor solar ya que si situamos en él la estopa o cualquier otro cuerpo combustible, se inflamará inmediatamente.
De todo esto resulta pues, que, cuando la similitud de sol (es decir de los rayos del sol) está fortificada por la acción continua del mismo sol, engendra el fuego. El sol posee así el principio y las propiedades del fuego, como se demuestra en los aspectos ardientes.
Se construyen esta clase de espejos, de acero perfectamente pulido, de tal forma que, reuniendo el haz de rayos solares, lo proyecten siguiendo una línea única de gran fuerza incandescente; se sitúa el espejo cerca de pueblos, ciudades o de cualquier otro lugar, que no tardan en abrasarse, tal como lo dicen Athan, en libro de los Espejos Ardientes.
Es manifiesto que el sol y los demás cuerpos supracelestes no participan de ninguna manera de la materia Elemental y por consiguiente están exentos de corruptibilidad, de ligereza y de pesadez.
Aquí es necesario hacer una distinción entre los elementos: algunos son simples e infinitamente puros, no poseyendo la virtud transmutativa necesaria para evolucionar en otro plano de modalización, ya que la materia de la que están formados, se encuentra delimitada por la mejor forma que le pueda convenir, y no desean otra; y de estos elementos están formados probablemente los cuerpos supracelestes. Ya que situamos realmente el agua por encima del firmamento y del cristalino. Igualmente podemos. . . decir lo mismo de los demás elementos, y de estos elementos es de lo que están compuestos los cuerpos supracelestes, por la potencia divina o por las inteligencias en las que las mismas se han ministerializado. Pues en estos elementos no pueden ser engendradas ni la pesantez ni la ligereza porque son accidentes que no pertenecen a las tierras groseras y pesadas. Sin embargo producen el fenómeno de la coloración porque las diversidades en la luz se deben a un fluido de la serie imponderable. Efectivamente estos cuerpos supracelestes parecen de color dorado y, además, brillan como si ellos mismos estuviesen golpeados por un rayo de luz, del mismo modo que un escudo dorado brilla y proyecta su luz cuando es golpeado por los rayos del sol. Los astrólogos atribuyen a estos elementos la causa de dicho brillo y el color dorado de las estrellas, como lo han suficientemente probado Isaac y Rogerius en el libro De Sensu , y, puesto que son engendradas de determinadas calidades de elementos, se deduce que pertenece a la naturaleza elemental el poseerlas.
Pero como por su naturaleza estos elementos son de infinita pureza y nunca mezclados con sustancia alguna inferior, resulta obligatoriamente que los cuerpos celestes deben encontrarse corporalizados y proporcionalizados de tal manera que no pueden separarse los unos de los otros. Y ello en absoluto debe sorprender pues, cooperando con la naturaleza con los procedimientos del artista, yo mismo he separado los cuatro elementos de cuerpos inferiores, de manera de obtenerlos cada uno por separado, sea el agua, el fuego o la tierra; he purificado tanto como me ha sido posible cada uno de estos elementos uno tras otro mediante una operación secreta y hecho eso, los he unido juntos y he obtenido una cosa admirable (quaedam admirabilis res) que no estaba sometido a ninguno de los elementos inferiores, pues dejándola tanto tiempo al fuego como me ha sido posible no fue asumida ni experimentó cambio alguno.
No estemos extrañados pues si los cuerpos celestes son de naturaleza incorruptible, ya que están compuestos por completo de elementos, y no hay ninguna duda que la substancia que he obtenido participa mucho de la naturaleza de estos cuerpos. Esta es la razón por la que Hermógenes, que fue tres veces grande (triplex fuit) en filosofía se expresa así: Fue para mí una gran alegría comparada a ninguna otra el llagar a la perfección de mi obra y el ver la quinta esencia sin ninguna mezcla de elementos inferiores.
Una parte del fuego posee más energía potencial que cien partes de aire y por consiguiente una parte del fuego puede fácilmente dominar mil partes de tierra. Ignoramos con qué proporciones ponderables absolutas se opera la mezcla de estos elementos; sin embargo por la práctica de nuestro arte hemos observado que cuando los cuatro elementos son extraídos de los cuerpos y son purificados cada uno por separado, es necesario para operar su conjunción tomar igual peso de aire, y de tierra mientras que sólo se añade la dieciseisava parte del fuego. Esta composición está verdaderamente formada por todos los elementos aunque sin embargo las propiedades del fuego dominen sobre las otras. Porque al proyectar una parte sobre mil de mercurio se puede apreciar que se coagula y se vuelve rojo. Por esto es evidente que una composición así es de esencia cercana a la de los cuerpos celestes ya que en la transmutación se comporta como el más enérgico principio activo.
Capitulo Segundo
De los Cuerpos Inferiores: De la Naturaleza y de las Propiedades de los Minerales y en Primer Lugar de las Piedras
Vamos a tratar ahora de los cuerpos inferiores. Pero como éstos se dividen en minerales, plantas y animales, empezaremos por estudiar la naturaleza y las propiedades de los minerales. Los minerales se dividen en piedras y metales. Estas últimas están formadas según las mismas leyes y siguiendo las mismas relaciones cuantitativas que las otras criaturas, excepto que su constitución particular resulta de un número de operaciones y de transmutaciones que la de los cuerpos supracelestes, ya que la composición de su materia es pluriforme.
La materia que compone las piedras es pues de una naturaleza muy inferior, grosera e impura, que posee mayor o menor grado de terresteidad según el grado de pureza de la piedra. Como dice Aristóteles en su libro de los Meteoros (que algunos atribuyen a Avicena) , la piedra no está formada de tierra pura; es más bien una tierra acuosa de modo que vemos formarse algunas piedras en los ríos, y extraerse la sal por evaporación del agua salada. Este agua, al poseer mucha terresteidad, se coagula bajo forma petrificada con el calor solar o del fuego.
La materia de la que se componen las piedras es pues un agua grosera; el principio activo: el calor o el frío que coagulan el agua y extraen de ella la esencia lapidiforme. Esta constitución de las piedras está probada con el ejemplo de animales y plantas que resientes las propiedades de las piedras y las producen ellos mismos, cosa que merece ser considerada con la mayor atención.
Algunas de estas piedras se encuentran realmente coaguladas en los animales, por el efecto del calor, y a veces poseen unas propiedades más enérgicas que las que no provienen de animales y han sido formadas según la vía ordinaria. Otras piedras están formadas por la naturaleza misma, activada por la virtud de otros minerales. Porque dice Aristóteles, se obtiene por la mezcla de dos aguas diferentes el agua llamada Leche de la Virgen que se coagula ella misma en piedra. Para esto, dice, se mezcla litargirio disuelto en vinagre con una disolución de sal alcalina y como sea que estos dos líquidos son bastante claros, si se efectúa su conjunción, no dejan de formar inmediatamente un agua espesa y blanca como la leche. Embebidos de este agua, los cuerpos que se quieran transformar en piedras, se coagularán inmediatamente. En efecto si la cal de plata u otro cuerpo parecido es regado con este agua y tratado a continuación químicamente por un fuego suave, se coagulará. La Leche de la Virgen posee pues verdaderamente la propiedad de transformar las cales en piedras.
Vemos igualmente en la sangre, en los huevos, el cerebro o en los cabellos y otras partes de los animales, formarse piedras de una eficacia y una virtud admirables. si se toma, por ejemplo, sangre humana, y se la deja podrir en el estiércol caliente, cuando se le ponga en el alambique destilará un agua blanca parecida a la leche. Después se aumenta el fuego y destilará una especie de aceite. Finalmente, se rectifica el residuo (fae ces) que queda en el alambique y se pone blanco como la nieve. Se le mezcla con el aceite que vertimos por encima y se forma entonces una piedra límpida y roja, de una eficacia y una virtud admirables, que detiene (stringit) el flujo de la sangre y cura numerosas enfermedades. Hemos extraído igualmente una de las plantas por el método siguiente: Quemamos unas plantas en el horno de calcinación, después convertimos esta cal en agua, la destilamos y coagulamos; se transforma entonces en una piedra dotada de virtudes más o menos grandes, según la virtud de las plantas empleadas y su diversidad. Algunos producen piedras artificiales que al examen más minucioso parecen iguales en todos los aspectos a las piedras naturales, así se hacen jacintos artificiales que no se diferencian en nada a los jacintos naturales, al igual que zafiros por un procedimiento idéntico.
Se dice que la materia de todas las piedras preciosas es el cristal que es un agua que posee muy poca terresteidad, y coagulada bajo la acción de un frío extremo. Se pulveriza el cristal sobre un mármol; se le empapa con aguas fuertes y disolventes, hasta que la mezcla forme un cuerpo bien homogéneo; se le pone entonces en el estiércol caliente donde se convierte al cabo de un cierto tiempo en agua; se destila ésta, se clarifica y se volatiliza en parte. Se toma seguidamente otro líquido rojo, hecho con vitriolo rojo calcinado y con orina de niños. Se mezclan y se destilan de igual manera muchas veces estos licores, según el peso y las proporciones necesarias; se los coloca en el estiércol con el fin de que se mezclan más íntimamente y después se los coagula químicamente (in Kymia) por medio de un fuego lento, que forma así una piedra parecida en todo al Jacinto. Cuando se quiere hacer un zafiro, el segundo licor se forma de orina y de azur en lugar de vitriolo rojo, y así otros según la diversidad de colores; el agua empleada deberá ser naturalmente de la misma naturaleza que la piedra que queramos producir. El principio activo es pues el calor o el frío, y sea que el color sea suave o el frío sea muy intenso, son ellos los que extraen de la materia la forma de la piedra que no existía más que en potencia y como enterrada (sepultam) en el fondo del agua. Podemos distinguir en las piedras como en todas las cosas tres atributos, a saber: la substancia, la virtud y la acción. Podemos juzgar sus virtudes por las acciones ocultas y muy eficaces que producen, tal como juzgamos las acciones de las naturaleza y de los cuerpos supracelestes.
No es por tanto dudoso que posean algunas propiedades y virtudes ocultas de los cuerpos supracelestes, y que participen de su substancia ; lo que no quiere decir que estén compuestos de la misma substancia que las estrellas o cuerpos supracelestes, como ya he estudiado someramente en el tratado de los cuerpos. Habiendo aislado de algunos cuerpos los cuatro elementos, los purifiqué y así purificados los combiné; obtuve de esta manera una piedra de una eficacia y de una naturaleza tan admirables que los cuatro elementos groseros e inferiores de nuestra esfera no tenían ninguna acción sobre ella.
Al hablar de esta operación fue cuando Hermógenes (el Padre, como le llamaba Aristóteles, que fue tres veces grande en filosofía, y que conocía todas las ciencias tan bien en su esencia como en sus aplicaciones), fue al hablar, digo, de esta operación, cuando escribe: Fue para mí la mayor felicidad posible al ver la quintaesencia desprovista de las cualidades inferiores de los elementos.
Parece pues, evidentemente, que algunas piedras participan un poco de la quintaesencia, lo cual es cierto y manifiesto por las operaciones de nuestro arte.
Capítulo Tercero
De la Constitución y de la Esencia de los Metales
Los metales son formados por la naturaleza, siguiendo cada uno la constitución del Planeta que le corresponde y es de este modo como el artista ha de actuar. Existen pues siete metales que participan cada uno de un planeta, a saber: el Oro que viene del Sol y que lleva su nombre; la Plata de la Luna; el Hierro de Marte; el Mercurio de Mercurio; el Estaño de Júpiter; el Plomo de Saturno; el Cobre y el Bronce de Venus. Por otra parte estos metales toman el nombre de su planeta.
De la Materia esencial de los Metales
La primera materia de todos los metales es el Mercurio. En unos se encuentra congelado débilmente, y en otros fuertemente. De esta manera se puede establecer una clasificación de los metales basada en el grado de acción de su planeta correspondiente, en la perfección de su azufre, en el grado de congelación de su mercurio y de terresteidad que poseen, esto les da un lugar por referencia a los demás metales.
Así el plomo no es más que mercurio terrestre, es decir que participa en la tierra, débilmente congelado y mezclado con un azufre sutil y poco abundante; y como la acción de su planeta es débil y alejada al se encuentra con inferioridad con respecto al estaño, al cobre, el hierro, la plata y el oro.
El estaño es plata viva sutil, poco coagulada mezclada con un acero grosero e impuro; por ello está bajo el dominio del cobre, del hierro de la plata y del oro.
El Hierro está formado por un Mercurio por un Mercurio grosero y terrestiforme y por un azufre terrestre y muy impuro, pero la acción de su planeta lo coagula fuertemente, por ello es por lo que debajo de él sólo encontramos el cobre, la plata y el oro. El cobre está formado por un azufre poderoso y por un mercurio bastante grosero.
La plata está formada por un azufre blanco, claro, sutil que no quema y por un mercurio sutilmente coagulado, limpio y claro, bajo la acción del planeta Luna; por ello está solamente bajo el dominio del oro.
El Oro verdaderamente el más perfecto de todos los metales, está compuesto por un azufre rojo, claro sutil que no quema, y por un mercurio sutil y claro, puesto fuertemente en acción por Sol. Por est motivo no puede ser quemado por el azufre, lo que es posible para todos los demás metales.
Es pues evidente que podemos hacer oro de todos los metales, y que de todos, exceptuando de oro, podemos hacer plata. Podemos convencernos por ejemplo de las minas de oro y de plata de las cuales se extraen otros metales mezclados con marcasitas de oro y de plata. Y no hay ninguna duda de que estos metales se hubieran transformados ellos mismos en oro y en plata si hubieran quedado en la mina el tiempo necesario para que la acción de la naturaleza hubiera podido manifestarse.
En cuanto a saber si se puede hacer artificialmente el oro con los otros metales destruyendo las formas de su substancia y de cómo actúa, hablaremos en el tratado de Esse et essentia rerum sensibiliun. Pero aquí lo admitimos como verdad demostrada.
Capítulo Cuarto
De la Transmutación de los Metales y en Primer lugar de Aquella que Sucede por Artificio
La transmutación de los metales puede darse artificialmente por el cambio de la esencia de un metal en la esencia de otro ya que, lo que existe en potencia puede, evidentemente, reducirse en acto como dice Aristóteles o Avicena: los alquimistas saben que las especies no pueden nunca ser transmutadas verdaderamente, sino, sólo cuando se ha efectuado la reducción a la materia prima. Ahora bien, esta materia prima de todos los metales se acerca mucho, según la opinión de todos, a la naturaleza del mercurio. Pero como sea que esta reducción es en gran parte de la obra de la naturaleza, no es inútil el ayudarla por medio del arte; ahora, esto es difícil, y en esta operación en la que se cometen un gran número de faltas y en la mayor parte disipan en vano su juventud y sus fuerzas y seducen a reyes y grandes con vanas promesas que no pueden cumplir, no sabiendo discernir los libros erróneos, las impertinencias, ni las operaciones falsas escritas por los ignorantes, y finalmente no obtienen sino un resultado completamente nulo. Habiendo pues observado que los reyes no habían podido llegar a la perfección después de minuciosas operaciones, creí que esta ciencia era falsa. Releí los libros de Aristóteles o de Avicena, De Secretis Secretorum donde encontré la verdad tan sumamente velada bajo enigmas , que parecía vacía de sentido; leí los libros de sus contradictores y encontré en ellos locuras parecidas. Finalmente consideré los principios de la NATURALEZA, y vi que en ellos la vía de la verdad.
Observé en efecto que el mercurio penetraba y atravesaba todos los metales, ya que si se tiñe cobre con mercurio mezclado con la misma cantidad de sangre y arcilla, este cobre será penetrado interior y exteriormente y se volverá blanco, aunque este color no sea duradero. Sabemos ya que la plata viva se funde con los cuerpos y los penetra. Consideré pues que si este mercurio era retenido no podría escaparse y que si encontraba una manera de fijar la disposición de sus moléculas con los cuerpos resultaría que el cobre y los otros cuerpos mezclados con él no serían quemados más por aquellos que, quemándolos ordinariamente, no tienen ninguna acción sobre el mercurio. Porque este cobre sería entonces parecido al mercurio y poseería sus mismas cualidades.
Sublimé pues una cantidad de mercurio bastante grande para que la fijación de sus disposiciones internas no fuera alterada, es decir para que no se sutilice al fuego; así sublimado, lo hice disolver en el agua a fin de perpetuar la reducción a materia prima, con esta agua empapé ampliamente cales de plata y arsénico sublimado y fijado; después hice disolver el resultante en estiércol de caballo caliente; congelé la disolución y obtuve una piedra clara como el cristal que tenía la propiedad de romper la partículas de los cuerpos, de penetrarlos y de fijarse fuertemente de tal manera que un poco de esta substancia proyectada sobre una gran cantidad de cobre la transformaba inmediatamente en una plata tan pura, que era imposible encontrar otra mejor. Quise comprobar si igualmente podía convertir en otro nuestro azufre rojo; lo hice hervir a fuego lento; este agua se volvió roja la destilé al alambique y obtuve como resultado en el fondo de la cucúrbita azufre rojo puro que congelé con la mencionada piedra blanca a fin de convertirla igualmente roja. Proyecté una parte sobre una cantidad de cobre y obtuve oro muy puro.
En cuanto al procedimiento oculto que empleo, lo indico únicamente en líneas generales y lo pongo aquí a fin de que nadie empiece a actuar a menos que conozca perfectamente las formas de sublimación, destilación y de congelación, y de que sea un experto en la forma de los vasos y de los hornos y en la cantidad y cualidad del fuego.
He operado también con el arsénico y he operado con el arsénico y he obtenido una plata muy buena, pero no de la más perfecta pureza; he obtenido el mismo resultado con el Oropimente sublimado, pero este método es llamado transmutación de un metal en otro.
Capítulo Quinto
De la Naturaleza y la Producción de un Nuevo Sol y de una Nueva Luna por Virtud del Azufre Extraído de la Piedra Mineral
Existe, sin embargo un método más perfecto de transmutación que consiste en el cambio del mercurio en oro o en plata, por medio del azufre rojo o blanco, claro, simple, que no quema, como lo enseña Aristóteles, In Secretis Secretorum según un método muy vago y muy confuso, ya que éste es el Secreto de los Sabios (Absconditum sapientibus); dice él a Alejandro: la Divina Providencia te aconseja ocultar tus intenciones y cumplir el misterio que te expondré oscuramente, mencionando algunas de las cosas de las cuales se puede extraer este principio verdaderamente poderoso y noble.
Estos libros no están publicados para el vulgo sino únicamente para los iniciados (propterprofectos).
Si alguien, presumiendo de sus fuerzas, empieza la obra, yo le exhorto a no hacerlo bajo ningún concepto, a menos de que sea muy experto y hábil en el conocimiento de los principios naturales, y que sepa emplear con discernimiento las formas de destilación, de disolución, de congelación y sobre todo las diversas clases y grados de fuego.
Por otra parte, el hombre que quiera realizar la obra por avaricia, no lo logrará, sino únicamente aquél que trabaja con sabiduría y discernimiento.
La piedra mineral que se utiliza para producir este efectos precisamente el azufre blanco o rojo claro, que no arde y que se obtiene por la separación y la conjunción de los cuatro elementos.
Enumeración de las Obras Minerales
Toma pues, en nombre de Dios, una libra de este azufre; tritúralo fuertemente sobre mármol y empápalo con una libra y media de aceite de oliva muy puro del que utilizan los filósofos; redúcelo, todo a una pasta que pondrás en un oculto vaso físico (sartagine physica) y que harás disolver así mediante el fuego. Cuando veas subir una espuma roja, retirarás la materia del fuego y dejarás bajar la espuma sin cesar de remover con una espátula de hierro, después la pondrás nuevamente sobre el fuego y repetirás esta operación hasta que obtengas la consistencia de la miel. Vuelve a poner seguidamente la materia sobre el mármol donde se congelará al instante como la carne o como el hígado cocido; la cortarás después en varios trozos del tamaño y forma de una uña, y con un peso igual de quintaesencia de aceite de tártaro, y la pondrás al fuego durante aproximadamente dos horas.
Encierra después la obra en una ánfora de cristal bien sellada con el betún de sabiduría que dejarás a fuego lento durante tres días y tres noches. Pondrás después el ánfora y la medicina en agua fría durante otros tres días; después cortarás de nuevo la obra en pedazos del tamaño de tu uña y la pondrás en una cucúrbita de cristal encima del alambique. Destilarás de esta manera un agua blanca parecida a la leche, que es la verdadera leche de la virgen; cuando este agua esté destilada, aumentarás el fuego y la trasvasarás a otra ánfora. Toma ahora aire que se parezca al aire más puro y perfecto, porque es éste el que contiene el fuego. Calcina en el horno de calcinación esta tierra negra que queda en el fondo de la cucúrbita, hasta que se vuelva blanca como la nieve; ponla otra vez en agua destilada siete veces, a fin de que una lámina de cobre al rojo, apagada por tres veces, se vuelva perfectamente blanca. Hágase de igual forma con el agua que con el aire; a la tercera destilación encontrarás el aceite y toda la tintura parecida al fuego en el fondo de la cucúrbita. Volverás a empezar de nuevo una segunda y una tercera vez, y recogerás el aceite; después tomarás el fuego que está en el fondo de la cucúrbita y que es parecido a sangre negra y blanca; la guardarás para destilar y probarla con la lámina de cobre, como hiciste con el agua; y he aquí que ahora posees la manera de separar los cuatro elementos. Pero la forma de unirlos (modum conjungendi) es ignorada por todos.
Toma pues la tierra y tritúrala sobre una piedra de vidrio o de mármol muy limpia; empápala con igual peso de agua hasta que forme una pasta; colócala en un alambique y destílala con un fuego; empapa de nuevo lo que quede en el fondo de la cucúrbita con el agua que hayas destilado hasta que sea absorbida completamente.
Después empápala con igual cantidad de aire utilizando éste como lo has hecho con el agua hasta que forme una pasta; colócala en un alambique y destílala con su fuego; empapa de nuevo lo que quede en el fondo de la cucúrbita con el agua que hayas destilado hasta que sea absorbida completamente.
Después empápala con igual cantidad de aire utilizando éste como lo has hecho con el agua, y obtendrás una piedra cristalizada, que proyectada en pequeña cantidad sobre gran cantidad de mercurio, lo convierte en auténtica plata, y ésta es la virtud del azufre blanco que no arde, formado por tres elementos: la tierra, el agua y el aire. Si ahora tomas una diecisieteava parte de fuego y la mezclas con los tres elementos mencionados, destilándolos y empapándolos como hemos dicho, obtendrás una piedra roja, clara, simple, que no se quema, de la que una pequeña parte proyectada sobre gran cantidad de mercurio se convertirá en oro refinado y muy puro. Este es el método para perfeccionar la piedra mineral.
Capítulo Sexto
De la Piedra Natural Animal y Vegetal
Existe otra piedra, que, según Aristóteles, es una piedra y no es una piedra. Es a la vez mineral y animal; se encuentra en todas partes en todos los hombres y es la que debes podrir en el estiércol y colocar después de esta putrefacción en una cucúrbita sobre el alambique; extraerás de ella de la manera dicha anteriormente, efectuarás su conjunción y obtendrás una piedra que no tendrá menos eficacia y virtud. Y no te extrañe que haya dicho que hay que podrirla en el estiércol caliente de caballo como debe hacerlo el artista, ya que, si el pan de trigo se coloca allí , después de nueve días será transformado en carne verdadera mezclada con sangre. Es por esta razón creo yo, por la que Dios ha querido escoger el pan de trigo con preferencia a cualquier otra materia, porque es más especialmente la alimentación del cuerpo que ninguna otra substancia y porque de él se pueden extraer los cuatro elementos y hacer una excelente obra.
De todo lo que hemos dicho, se concluye que todo cuerpo compuesto puede ser reducido a mineral y esto, no solamente por medio de la naturaleza sino por medio del arte. Bendito sea Dios que dio a los hombres tal poder, ya que imitador de la naturaleza, puede transmutar las especies naturales, cosa que la naturaleza indolente tarda en realizar un tiempo inmenso. He aquí otros métodos de transmutación de los metales que podemos encontrar en los libros de Rosas, de Arquelao, en el Séptimo Libro de los Preceptos, y en tantos otros tratados de alquimia.
Capítulo Séptimo
De la Forma de Obrar con el Espíritu
Existe una forma de actuar con el espíritu y es a propósito saber que existen cuatro clases de espíritus, llamados así porque se volatilizan al fuego, y porque participan de la naturaleza de los cuatro elementos, a saber: el Azufre, que posee la naturaleza del Fuego, la Sal amoníaca, el Mercurio que posee las propiedades del Agua y que es llamado también servidor fugitivo (servus fugitivus) y el Oropimente o Asénoco que posee el espíritu de la Tierra. Algunos han trabajado utilizando uno de estos espíritus, sublimándolo y convirtiéndolo en agua, destilándolo y congelándolo; después habiéndolo proyectado sobre el cobre han efectuado la transmutación. Otro ha utilizado dos de estos espíritus; otro tres, otro finalmente, los cuatro; he aquí su método: después de haber sublimado cada uno de estos elementos por separado, repetidas veces hasta que sean fijados, y haberlos destilado y después disuelto en agua fuerte y haberlos empapado de disolventes enérgicos, se reúnen todas estas aguas; se las destila y se las congela de nuevo todas juntas y se obtiene unas piedra blanca como el cristal, que proyectada en pequeña cantidad sobre un metal cualquiera lo cambia en verdadera Luna. Se dice generalmente que esta piedra está compuesta por los cuatro elementos a muy alto grado de depuración. Otros creen que se la compone con un espíritu unido con los cuerpos; pero yo no creo que este método sea verdadero y creo que es ignorado por todos, aunque Avicena mencione algunas palabras sobre él en su Epístola.
Lo probaré cuando tenga el tiempo y el lugar necesarios.
Capítulo Octavo
De la Preparación de los fermentos de Saturno y Otros Metales
Toma pues dos partes de Saturno (plomo) si quieres llevar a término la Obra del sol, o bien dos partes de Júpiter (estaño) para la Obra de la Luna. Añade una tercera parte de mercurio a fin de formar un amalgama que será una especie de piedra muy frágil que triturarás con cuidado sobre el mármol empapándolo con vinagre muy agrio y con agua que contenga una disolución de sal común lo mejor preparada posible, empapándola y secándola poco a poco hasta que la substancia haya absorbido el máximo del agua; entonces empapa este lingote con agua de alumbre a fin de obtener una pasta blanda que disolverás en agua. Destilarás después esta solución tres o cuatro veces, la congelarás y obtendrás una piedra que convierte Júpiter en Luna.
Capítulo Noveno
Del Procedimiento de Reducción de Júpiter También Llamado de la Obra del Sol
Para la Obra del Sol, toma vitriolo bien depurado, rojo y bien calcinado, y disuélvelo en orina de niños. Destilas esta solución y repites tantas veces como sea necesario para obtener un agua muy roja. Entonces mezclarás este agua con el agua susodicha antes de la congelación; colocarás estos dos cuerpos en estiércol durante algunos días con el fin de que se incorporen mejor los destilarás y congelarás juntos. Obtendrás entonces una piedra roja parecida al Jacinto una parte de la cual proyectada sobre siete partes de Mercurio o de Saturno bien depurado se transformará en oro refinado.
Encontramos en estos libros cantidad de operaciones confusas y en número infinito, que no hacen más que inducir a los hombres al error y de las que es superfluo hablar. No es por avaricia por lo que ha tratado de la ciencia, sino con el fin de constatar los efectos admirables de la naturaleza y buscar sus causas, no tan sólo, las generales sino las especiales e inmediatas, no tan sólo accidentales sino esenciales; de ello he tratado extensamente al igual que de la separación de los elementos de los cuerpos.
Esta obra es verdaderamente cierta y perfecta, pero exige tanto trabajo y sufro tanto la imperfección de mi cuerpo, que no lo intentaré en absoluto, a menos de necesidad imperante. Lo que he dicho aquí sobre los minerales basta ampliamente.
AUM JÑÀPIKA SATYA GU-RÚ